martes, 25 de noviembre de 2008

Un cigarro en Domingo. II

CAPITULO II. Encuentros


Aquel domingo de invierno no sería como los demás. Lo intuí al despertarme.

La noche anterior recuerdo haber estado en algún otro garito de mala muerte. Por desgracia, el alcohol y la marihuana dejaron un enorme agujero en mi memoria por el que se colarían muchos recuerdos de aquella noche, por no decir todos. No me importaba, ya estaba acostumbrado.

Me levanté de la cama hacia las seis de la tarde. Apenas entraba luz por la ventana, era un día gris, propio de la época. En la mesita de noche, al lado de la cama, descansaba intacto sobre el cenicero un cigarro sin encender. Debajo, en el suelo, unos arrugados calzoncillos parecían retorcerse sobre si mismos pidiendo ser llevados a lavar. Llevarían ahí varios días, pero no me percataría hasta aquel momento. Apoyé los pies sobre aquel mugriento cacho de tela y tomé el cigarro por el filtro colocándomelo entre los labios con ánimo de encenderlo. De repente observé algo extraño en aquel cilíndrico depósito de hojas secas. Había algo escrito. La confusión del momento, y las legañas que se aferraban a mis pestañas, no me dejaban enfocar aquel garabato de color negro que recorría el cigarro. Me puse las gafas.

Solución a las 22.30 donde siempre”.

Era lo único que ponía. Al principio dudé; después, saqué otro cigarro de la cajetilla. Desnudo y cabizbajo reposaba sentado sobre la cama. No sabia que hacer, en el fondo, no podía hacer nada. Era domingo.

Terminé el cigarro y me volví a tumbar en la cama. Mirando al techo me volvió a la cabeza la idea del pitillo. ¿Qué auguraban aquellas palabras? ¿Tendrían significado alguno? ¿O quizás ese débil cigarrillo fue victima de los delirios nocturnos de un borracho cannabizado? Tenía tiempo para pensar, pero eran tantas las soluciones que cruzaban mi pensamiento… pasado un rato volví a despertar. Me había quedado dormido de nuevo. Miré el reloj y vi que eran las ocho y media, hora más que adecuada para darme una ducha y emprender camino hacia mi destino de los domingos por la noche: el bar.

Llovía y hacia frío.

-¡Qué más da!-pensé. Sabía que pronto iba a estar arropado por calidos vapores humanos y enormes nubes de humo besando mi frente. De pronto, un sonido me distrajo y levanté la mirada al frente. Algo había oído, pero no sabia bien el que. Estaba seguro de que había sido una voz humana. Alguien gritó algo, pero no había prestado atención. Continué andando por aquella oscura y débilmente iluminada calle. Largas y cabizbajas farolas puestas una al lado de la otra a ambos lados de la calle, chorreaban un espectro amarillo que impactaba contra la calzada mojada convirtiéndola en un gran lingote de oro. Un segundo grito me heló la sangre. Esta vez tampoco logré descifrar lo que decía esa extraña voz. Estaba distraído pensando en que había oído algo.

Detuve mi andar y con decisión miré hacia atrás. Una larga figura se alzaba unos metros detrás mío y avanzaba hacia mí. Saqué pecho, supongo que por instinto, y me preparé para hacer algo. No sabia bien el que, quizás, salir corriendo. En la copa de aquella siniestra sombra se empezaba a distinguir una cara. A medida que se acercaba iba tomando forma humana y cuando llegó hasta mi, la misma voz que segundos atrás se había pronunciado, sonó.

-¡Coño tío! Llevo media hora llamándote desde lo lejos, y tu, nada.

Mierda, esa voz me resultaba familiar, pero no lograba ponerle cara, ni aun teniéndole delante.

-Lo siento, creo que te equivocas de persona- le dije.

-¿Has vuelto a meterte esa mierda sintética que vende el turco?-preguntó muy prepotentemente.

-Mira, no quiero tener problemas con nadie, y menos…-en ese mismo instante, a mitad de mi respuesta, me acordé.

Esa sombra misteriosa que gritaba cosas por la calle había sido compañero mió de instituto. Ya casi no teníamos relación, pero de vez en cuando nos fumábamos un porro juntos recordando viejos tiempos. De ahí no pasaban nuestros encuentros.

-¡La puta!-exclamé sobreactuando. -¡Eres tú! Perdona que no te haya reconocido, iba distraído.

Mientras me disculpaba pude observar como aquel individuo recorría con una mirada psicópata mi cuerpo, y ¡joder!, sus pupilas parecían dos galletas Oreo.

-Te he preguntado que si has vuelto a probar la mierda sintética del turco.-insistió. Sinceramente, la primera vez lo había interpretado como una pregunta retórica.

- No.-Respondí rápido. Sabia que el muy cabrón iba hasta las cejas de ácido y no tenía gana alguna de aguantar a un jodido colgado volando entre flores de celofán amarillo y verde y taxis hechos con papel de periódico. No gracias. Ya tenía bastante con saber que era domingo, y con no saber que fue del sábado. He de admitirlo, la angustia me corroía por dentro.

Un breve pero eterno silencio se hizo entre las dos sombras que éramos el colgado del ácido y yo. Parecía una estatua de cera, se quedó inmóvil. Yo, mientras buscaba una solución mejor, eché a andar de espaldas. Muy lentamente, pasito a pasito. Cuando me encontraba ya a una distancia considerable de aquel témpano humano víctima del ácido, me di la vuelta y aceleré el paso. No quería mirar hacia atrás, así que no lo hice.

En pocos minutos llegué al bar. Entre el frío de la noche, que ya iba entrando, y el encuentro con aquel tipejo, acabé andando a paso muy ligero.

Entré en aquel agujero al que ya estaba más que habituado. Allí, el ambiente era siempre el mismo. Cuerpos inertes con los codos clavados en la barra de madera roja lacada, buscando respuestas, significados, conversaciones…era como un cementerio de almas. Abrir la puerta de aquel lugar y entrar, era como pasar a la cuarta dimensión serie zeta.

Al entrar sonaba por los cuatro altavoces llenos de polvo “She’s like a rainbow”, de los Rolling Stones. Que gran tema, y eso que no soy muy fan de los rolling. Digamos que soy más de los beatles.

Al final de la barra había un taburete libre, el resto estaban ocupados. No había mucha gente aun en el local, pero si la suficiente como para ocupar casi todas las banquetas, o todas. Cuando iba hacia el sitio, me lo quitaron. Un tipo corpulento, de pelo rojizo engominado hacia atrás, un fular color gris y una chaqueta de esas con cordero por dentro y piel de gamuza por fuera, se sentó rápidamente cuando se dio cuenta de que yo iba hacia allí. ¿Qué podría hacer? Al fin y al cabo el asiento no era mío, tendría que haber sido más rápido. Al lado de aquel “gran” hombre me apoyé en la barra, levanté la mano mirando al camarero y asentí con la cabeza. No hacia falta pedirle nada, ya sabia de sobra cual iba a ser mi elección. Vodka con limón y un chorrito de ginebra. El tipo de la chaqueta de piel de gamuza me miraba de reojo, lo notaba. Tenía entre las manos, sobre la barra, un vaso de cerveza ya sin espuma y con pinta de llevar un buen rato mareándola. No recordaba haberle visto nunca por el bar, ni siquiera por el barrio. Estaba empezando a ponerme nervioso. En más de una ocasión me dieron ganas de darme la vuelta y gritarle; ¿Qué?, ¿Qué cojones miras orangután de mierda? Pero aun estaba sereno.

Después de un rato postrado sobre la barra, con la segunda copa a medio terminar, sonó Bigmouth... de The Smiths. O Dios mío, esa canción si que era digna de levantar la cabeza y espabilarse un poco. Me puse de espaldas a la barra apoyando los codos en esta. Miraba a la gente bailar, hablar, otros lloraban desconsoladamente, incluso había un grupo de jóvenes veinteañeros que parecían estar experimentando algún tipo de viaje orbital en compañía de la chica con ojos de caleidoscopio.

Eran tres. Uno, el más alto de todos, acariciaba la pared suavemente con cara de estar peinando la pálida melena del mismísimo Dios. Los otros dos reían descontroladamente, no podían parar, pese a estar deseándolo. Se lo que es eso. No quieres seguir riendo, te duele la tripa y la cara, pero hay algo que no te deja parar. Probablemente LSD o alguna otra mierda de laboratorio. Recordar aquello dibujó una sonrisa en mi cara. Me llevé el vaso a la boca; sorpresa. Estaba vacío. Me di la vuelta y pedí otra copa.

El tipo de la chaqueta de gamuza ahora me miraba descaradamente. Giré la cabeza hacia el.

-¿Te conozco?- le pregunté.

-No. Creo que no.

-¿Y tu a mi?

-Tampoco

-¿Entonces a que viene tanta miradita?

-No te conozco, pero se quien eres.

Eso me despistó por completo. El pelirrojo aprovechó mi silencio para dar un sorbo al orín de mono que le quedaba en la jarra.

-¿Y quién soy?- Pregunté.

-No hagas tantas preguntas, ya sabes demasiado.

Sonriendo falsamente saqué un cigarro de la cajetilla. No le ofrecí.

-Así que ya sé demasiado… - Repliqué. Me estaba poniendo muy nervioso, y la copa no llegaba. Di un manotazo en la barra.

-¿Dónde coño esta esa copa?- Grité. Necesitaba beber. Me despegué de la barra para ir al baño. Al pasar al lado del grandullón misterioso fui a darle con el hombro, provocando. Pero me vio las intenciones y se aparto.

Salí del baño aun subiéndome la bragueta. Cuando llegué a donde estaba, el matón de la chaqueta hortera se había ido; sin embrago, ahí estaba mi copa.

Me apoye en la barra y miré hacia los lados. Si, ese tipejo se había ido por fin. Que pesadilla de hombre. Me terminé la copa. Y después otra. Y luego otra más. De pronto algo iba mal. No iba borracho, ni borrachísimo; iba colocado. ¿Pero de qué? No me había fumado ni un mísero porro en todo el día. Todo empezó a dar vueltas a mí alrededor, y parecía que todo el mundo me miraba. Me daba la sensación de estar en un barco una noche de tormenta. Oía risas que no se acababan nunca, agudas, penetrantes. Miré al techo buscando un poco de aire, y al mirar a una de las bombillas, sus rayos de luz se me clavaron en los ojos como agujas. Grité espantado, cerré los ojos muy fuertemente y me aferré a la barra. No podía abrir los ojos. De pronto unas manos me agarraron desde atrás por los hombros.

-¡Vete de aquí ahora mismo hijo de puta!¡Mal parido!¡Pedazo de mierda!

Todas esas barbaridades retumbaron en mi cabeza haciendo mil ecos que se convirtieron en un perenne graznido. Alguien me estaba gritando al odio. Noté que todo se movía bajo mis pies, o quizá era yo el que me movía. Pero ¿cómo? No estoy andando. ¡Me están arrastrando! No podía consentirlo, pero no podía moverme. Aun seguía apretando los ojos, que aunque ya no me dolían, sentía terror por abrirlos.

Todo se detuvo. Silencio y una breve brisa que me golpeó en la cara. Poco a poco fui abriendo los ojos hasta que pude adivinar que estaba en la calle. Mi cabeza procesaba información a una velocidad impresionante. Algo pasaba, esto no era para nada normal.

Por fin llegué a casa, no recuerdo como, pero ahí estaba. Corrí hacia el baño y me froté la cara con agua fría. Tenía una pupila enorme, y la otra normal. Cerré los ojos y sacudí la cabeza. Al volver a mirar, tenía las dos normales. Me saqué la ropa y me tira en plancha al sofá. Apagué la luz.

Empecé a ver cosas que ni si quiera sabia lo que eran, pero por algún motivo me aterraban. Un escalofrío subía y bajaba constantemente por mi espina dorsal. Sudaba a borbotones, pero tenia frío. No sabia que hacer. Empecé a acostumbrarme a esa horripilante sensación y comencé a cabecear. Seguro que me habían echado algo en la copa. Pero ¿quién? Quizá ellos. ¿Ellos? ¿Quiénes? ¿Y por que? No se, ellos siempre lo saben todo. ¿Todo sobre qué? ¿Son los más listos del universo? ¿Pero quienes? ¡Ellos! Dios mío, empezaba a delirar peligrosamente.

No recuerdo más.

Desperté tirado en el suelo, entre el sofá y la mesita de café, con el ring del teléfono azotando mis tímpanos. Desde mi posición en el suelo veía el rizado cable del teléfono colgar de una mesita, al lado del sofá. ¡Ring!¡Ring!¡Ring!¡Ring! Aquello seguía sonando. ¡Ring!¡Ring!

Al notar tanta insistencia decidí estirar el brazo y tirar del cable. El teléfono cayó delante de mis narices.

-¿Si?

-¡Maldito borracho hijo de puta! ¿Sabes que hora es?

-Ah…eres tú.

-¡Si, gilipollas de mierda¡ Soy yo, es Lunes y son las tres de la tarde! ¿A que puta hora tienes pensado venir?

-Si, si, ya salgo.- Tiré el teléfono al otro lado del salón.

Maldito hijo de puta. Ese bastardo era un ricachón obeso con problemas de asma, adicto a la cocaína, a las putas y al juego, que nos tenia contratados a mi y a otros dos fotógrafos para realizar castings falsos para una falsa revista erótica, para luego vender esas fotos a distintas paginas Web pornográficas. Un cerdo hijo de puta en toda regla.

La verdad, no era el trabajo con el que soñaba cuando empecé a tomarme más enserio la fotografía, pero que coño, de algo tendría que comer.

Como pude, me levanté y me duché. Salí con mucha calma de casa, tenía una resaca horrible y no recordaba bien si lo de anoche había pasado de verdad, o si realmente había sido un mal pedo.

Llegué al apartamento de aquel gordo cabrón. Estaba a las afueras, en una urbanización llena de árboles y mucho verde por todas partes. Era un ático muy luminoso y bastante mal decorado. En fin. Para gustos; colores.

Según entré, aquella inmensa bola de mierda seca me estaba esperando de pie, frente a la puerta, con un puro chupeteado a un lado de la boca y el ceño fruncido. A su lado, un chaval de veintipocos años con cara de autentico gilipollas observaba la conversación de miradas que estábamos teniendo el gordo y yo.

-Bien, aquí estoy. Buenos días.- Rompí el hielo.

-Mira pedazo de cabrón mal parido, si estas vivo, ten muy clarito que es gracias a mi.

-Si le tengo que dar gracias a alguien de estar vivo; es a mi madre, y a mi padre.- No le escupí en la cara, pero me moría de ganas por hacerlo. –Además, ¿a qué viene eso?

-Vamos a dejarlo aquí, no quiero que se manche la moqueta de sangre. Es lunes y hasta el viernes no viene la sirvienta.

-¿Así que es el viernes es tu día de follar?

Me lanzo una mirada capaz de reventar una bombilla. Aterradora.

-Este muchacho es tu nuevo trabajo.

-¿Cómo? ¿Tengo que fotografiar a este pollo en poses insinuantes y haciéndole gestos obscenos a mi cámara? ¡Que te follen!- Me di la vuelta para irme.

-No imbécil. Quiero que le enseñes el oficio.

Me paré y me di la vuelta.

-¿Oficio? ¿Qué oficio?

-Quieres ser fotógrafo el muchacho, enséñale.

Miré al chaval.

-Mira chico, si quieres aprender a sacar fotos, vete al campo a fotografiar pajaritos y puestas bonitas de sol. ¡Retratando zorras no vas a ir a ningún lado! O por lo menos, a ningún lado decente y seguro.- Me volví y salí de allí dando un portazo. La puerta se abrió detrás de mi y oí el clic de quitar un seguro de una pistola. Me detuve y giré sobre mis talones.

-Coge al chaval y llévatelo a la oficina del centro. Le enseñas el estudio y luego me lo traes de vuelta. Y como le pase algo...- Apretó el gatillo apuntándome, pero solo sonó un clic. Maldito hijo de puta, casi me meo encima.

El chico y yo nos montamos en el coche. El chaval parecía estar alucinando todo el rato. Miraba con curiosidad el interior de mi coche y no hablaba. Solo observaba.

-Bueno, ¿como te llamas, chico?- Pregunté.

-Sebas.

-Ajá…y bueno, ¿de que conoces al gordo? ¿es familiar tuyo?

-No.

-Humm…¿es un amigo?

-Más o menos.

Tanto misterio me estaba poniendo histérico.

-Y dime muchacho, ¿sabes decir más de tres palabras en una sola frase?

-Si.

Decidí dejarlo ahí. Si volvía a contestarme con un monosílabo le estamparía la cara contra el salpicadero.

Llegamos a la oficina situada en el centro de la ciudad. Entramos en aquel enorme edificio de diseño parisino de mediados del diecinueve, y allí estaba ella, la recepcionista. No recordaba nunca su nombre, he de reconocer que soy bastante malo para los nombres, pero su cara no se me olvidaría nunca. Esas caderas, ese culo…óigame Dios, que piernas. Era tan perfecta, que a veces pensaba que era un holograma diseñado por ordenador. El muchacho al verla se quedo con cara de imbécil, bueno, se le puso más cara de imbécil.

-Hola preciosa.- la saludé.

-Buenos días.

-¿Sabes si esta libre el estudio fotográfico de la primera planta?

Asintió con la cabeza y comenzó a teclear en el ordenador.

-Si, hoy ya esta libre todo lo que queda de día.

-¿Y tu?

-¿Perdone?

-¿Estas libre en algún momento del día?

-Pero…

-No se, para tomar un café, una copa…

La recepcionista se puso colorada. La puse en apuro.

-Ya sabe donde queda ¿verdad? Primera planta, a la derecha saliendo del ascensor, cuarta puerta.- y se puso a hacer cosas con el ordenador. Para que insistir.

Pasamos el torno y nos metimos en el ascensor.

-No se te dan bien las mujeres ¿eh?- Dijo el chaval.

-Vaya, para una frase larga que dices, y te sale una gilipollez.

El chaval calló y miró al suelo. Pobrecito, si quería crecer dentro de esta profesión, en este negocio, no iba a durar nada. ¡Se lo comerían vivo!

Llegamos a la primera planta, le enseñé el estudio y nos fuimos. Antes de dejarle en el apartamento del gordo decidí pasar por casa a por algo de dinero, quería comprar un poco de marihuana después de deshacerme del chico.

Subimos al coche, arranqué tranquilamente. El encendedor del coche saltó y me encendí un cigarro.

-Bueno chaval, cuéntame un poco de ti. No has abierto la boca en toda la tarde.

-¿Y qué quiere que le cuente?

-No se, ¿te gusta leer?

-Si.

-¿El qué?

-Me gusta mucho el manga.

-¿Manga?- Reí.

-Si, manga.-

Volví a descojonarme.

-¿Y a eso le llamas leer?- El chaval calló y miró al suelo. Como en el ascensor. Suspiré. –¿Y te gusta el cine?- Pregunté.

-Si…

Silencio.

-¡Joder! ¡Extiende un poco tus respuestas!- Ya estaba nervioso.

- Takeshi Gitano, Shohei Imamura, Hayao Miyazaki…

Miré al chaval con cara de besugo.

-Me parece que no hablamos el mismo idioma.- le dije.

-Cine japonés.- contestó.

No pude evitar soltar una tremenda carcajada mientras golpeaba mi pierna derecha con la palma de la mano derecha.

-¡Pero chaval! ¡Esas mierdas japonesas no se consideran cine! Scorsese, Coppola, Tarantino, ¡Hitchcock! ¡Eso es cine!

El chico miraba por la ventana callado.

Ahí estaba yo, un cabrón hijo de puta metiéndome con él, y nada. Ni una sola contestación.

-Chico, ¿sabes que tu madre es una zorra?

-¿Cómo?

-Si, tu madre. Se la ha metido medio barrio, y la otra mitad lo está deseando.

-¿Pero de qué hablas?

-Joder tío, de verdad. Ninguna putita tan barata me había lamido así las pelotas nunca. Es una máquina tu vieja. ¿Aún no te la ha comido?

El chico estalló en una mar de insultos y barbaridades hacia mi y varios familiares míos. Empezó a darme manotazos, yo me cubría con el brazo derecho levantado. De pronto su puño se coló por un hueco, debajo de mi axila, y me dio en el pómulo derecho. Pegué un volantazo y el coche dio unos angustiosos bandazos, luego se enderezó. Aparqué bruscamente en un hueco que había frente a un quiosco de periódicos. El chico estaba asustado. Asustado de mi, de la situación, de su reacción. Asustado de todo.

Me bajé del coche y rodeándolo por delante fui hasta el lado del copiloto. Abrí la puerta y saque al muchacho de la solapa de la chaqueta y le cogí del cuello con la otro mano. Le estampé contra el capó del coche. Yo estaba muy agitado. Le miré unos instantes, el chico estaba aterrado, se cubría a cara con el brazo izquierdo. Comprendí que quizás me había excedido.

-Mira chaval,-le dije. –Solo quería ayudarte ¿vale? Me he pasado, no conozco a tu madre, ni me interesa conocerla. No se nada de ella. Solo intentaba sacar un poco tu bestia, no puedes ir por la vida guardándote en los bolsillos la mierda que la gente te tira.

-¡Esta usted loco¡- Gritó el chaval.

Un par de señoras mayores que estaban en el quiosco, y el quiosquero, habían presenciado todo el espectáculo. Una de las señoras, una vieja de pelo blanco, ropa hortera de vieja y un menopausico carácter, se acercó al coche.

-¡Oiga! ¡Oiga!- Gritaba la vieja. –Deje al muchacho, es usted un bruto.

Miré a la señora por encima del hombro izquierdo.

-Métase en sus asuntos señora, este chico y yo estamos solucionando un problema.

-¡Vamos a llamar a la policía!

Jodida vieja to-ca-pe-lo-tas.

-Esta bien, esta bien, ya nos vamos.- Deshice el camino hasta la puerta del piloto, me subí en el coche. El chaval seguía inmóvil medio tumbado en el capó del coche. Toqué el claxon y pegó un bote. Subió al coche.

-Casi nos matamos por tu culpa.- Reproché al chico.

-¿Por mi culpa, jodido loco?

-Si, nunca pegues al que conduce si vas en el mismo coche ¿entiendes? Te puedes matar tu también, imbécil.

-Aquí al único que van a matar es a ti cuando le cuente a Maurice lo que has hecho.

-¿A quien?

-A Maurice, tu jefe.

-El tipo gordo con el que estabas cuando llegué.

-Si, Maurice.

-Joder, juraría que se llamaba Elliott.

-Te vas a cagar…- Masculló el niñato.

-Mira chico, no quiero problemas con nadie ¿okay? Así que si tú tampoco quieres tenerlos conmigo, mantén la boquita cerrada y vamos a llevarnos bien.

-¡Has empezado tu metiéndote con mi madre!

-¿Y qué?- Grité. –¿Nunca te han gritado hijo de puta por la calle?- Estaba alterándome de nuevo. El muchacho calló.

-Perdona,- me disculpé. –mira, hagamos un trato. Vamos a respetarnos nosotros y a nuestras madres. Yo te enseño lo que quieras de fotografía y tu mantienes la boquita cerrada ¿te parece?

-Me parece.- Contestó el chico.

Justo llegamos al apartamento de…¿Maurice?

El muchacho abrió la puerta del coche y se bajó. No se despidió. Yo tampoco.

Un cigarro en Domingo. I

CAPITULO I. Nada.


Si hay algo que detesto de verdad, son los domingos por la noche. Son noches de nada. Es como esa interminable espera antes de pasar a la consulta del medico, cuando sabes que el siguiente eres tú. No sabes que hacer. Simplemente estas. Esperas.

Algo parecido son los domingos, en especial sus noches. Hay gente que para superar ese fatídico día de la semana se empeña en hacer suyas ciertas costumbres; aficiones, que algunos llaman. No les critico, pero tampoco les comprendo. Me gusta imaginar que es lo que pasa por la cabeza de aquel “amo del mundo” cuando se levanta un domingo a las siete de la mañana para subirse en su excesivamente caro coche, y coger rumbo al campo de golf.

Es cierto que hay costumbres para todas las clases. Levantarse a cuidar las plantas, o hacer todas esas cosas que durante la semana desechamos al cesto de “los domingos”, también son costumbres, aunque esta última no siempre lleva la etiqueta de afición.

Otros, como yo, sencillamente hacemos lo mismo que en la sala de espera del médico. Estar. Esperar. Y en lugar de ojear revistas viejas, yo; voy al bar.

No es un bar conocido por su historia, ni una leyenda en el barrio; es un bar normal, con su camarero, su grifo de cerveza, y todas esas cosas que convierten una simple barra de bar en un lugar maravilloso.

Las botellas de distintos tamaños y colores, con sus diversas etiquetas, conforman un colage de reflejos y brillos del que es difícil apartar la vista.

Todos corremos hacia la barra del bar con el pretexto de rellenar nuestros vasos vacíos, pero en realidad vaciamos nuestros vasos con el pretexto de ir hacia la barra.

En este bar lo único que reluce son sus botellas y el opaco reflejo que se forma en el disco de vinilo mientras da vueltas. El resto esta sucio, descuidado, las paredes agrietadas. Esas heridas de guerra decían mucho sobre la historia del bar. Noche tras noche aguantando gente sorbiendo notas musicales por las orejas, dejándose llevar por la inercia del ruido. Cuerpos que se mueven solos. No hay nadie que los controle, simplemente inercia, alcohol y drogas de todo tipo. Amores, desamores, peleas y algún vómito. Si las paredes de aquel sitio hablasen, no callarían nunca.

Mis domingos ahí eran casi siempre iguales, con un poco de mala suerte había fútbol. Tendría que aguantar durante más de una hora a una treintena de seres, que minutos atrás fueron personas, gritando y esputando insultos casi sin respirar. Verdaderos siervos del televisor.

De pronto, todos son amigos. Se ríen las gracias, comentan, festejan, se aplauden los insultos, y luego; tres pitidos.

Todo vuelve a la normalidad. Quien no crea en la hipnosis, es por que nunca se ha sentado frente al televisor, ni frente a la barra de un bar.

Justo ahí estoy cada domingo por la noche, sentado frente a ese escaparate de destellos y posibilidades.